Por la importancia que tiene en un momento de extrema gravedad, cuando se banaliza
el recuento de los muertos durante la pandemia con
tramposa contaduría y, en vísperas de la Navidad se
pretenden colar leyes intrusas, lesivas y torticeramente
impuestas sobre la educación y la vida, en la vulnerabilidad de la sociedad confinada por una pandemia, me
permito publicar en su integridad la nota que hemos
preparado y aprobado los obispos españoles a propósito de la eutanasia:
«El Congreso de los Diputados está a punto de culminar la aprobación de la Ley Orgánica de regulación de
la eutanasia. La tramitación se ha realizado de manera sospechosamente acelerada, en tiempo de pandemia y estado de alarma, sin escucha ni diálogo público. El hecho es especialmente grave, pues instaura una
ruptura antropológica y moral; un cambio en los fines
del Estado: de defender la vida a ser responsable de
la muerte infringida; y también de la profesión médica, llamada siempre a intentar la curación o mejoría
del paciente y nunca a provocar intencionadamente la muerte. Es una propuesta que hace juego con la
visión cultural de los sistemas de poder dominantes en
el mundo.
La Congregación para la Doctrina de la Fe, con la aprobación expresa del Papa Francisco publicó la Carta
Samaritanus bonus sobre el cuidado de las personas
en las fases críticas y terminales de la vida. Este texto
ilumina la reflexión y el juicio moral sobre este tipo de
legislaciones. También la Conferencia Episcopal Española con el documento Sembradores de esperanza.
Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta
vida ofrece unas pautas clarificadoras sobre la cuestión.
Urgimos a la promoción de los cuidados paliativos, que ayudan a vivir la enfermedad grave sin dolor y
al acompañamiento integral, por tanto, también espiritual, a los enfermos y a sus familias. Este cuidado integral alivia el dolor, consuela y ofrece la esperanza que
surge de la fe y da sentido a toda la vida humana, incluso en el sufrimiento y la vulnerabilidad.
La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad
de la vida y ha suscitado solicitud por los cuidados, al
mismo tiempo que indignación
por el descarte en la atención
a personas mayores. Ha crecido la conciencia de que acabar
con la vida no puede ser la solución para abordar un
problema humano. Hemos agradecido el trabajo de los
sanitarios y el valor de nuestra sanidad pública, reclamando incluso su mejora y mayor atención presupuestaria. La muerte provocada no puede ser un atajo que
nos permita ahorrar recursos humanos y económicos
en los cuidados paliativos y el acompañamiento integral. Por el contrario, frente a la muerte como solución,
es preciso invertir en los cuidados y cercanía que todos
necesitamos en la etapa final de esta vida. Esta es la
verdadera compasión.
La experiencia de los pocos países donde se ha legalizado nos dice que la eutanasia
empuja a la muerte a los más débiles. Al otorgar este
supuesto derecho, la persona, que se experimenta
como una carga para la familia y un peso social, se siente invitada a morir cuando una ley la presiona en esa
dirección. La falta de cuidados paliativos es también
una expresión de desigualdad social. Muchas personas
mueren sin poder recibir estos cuidados y sólo cuentan
con ellos quienes pueden pagarlos.
Con el Papa decimos: “La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta a la que
estamos llamados es no abandonar nunca a los que
sufren, no rendirse nunca, sino cuidar y amar para dar
esperanza”.
Invitamos a responder a esta llamada con
la oración, el cuidado y el testimonio público que favorezcan un compromiso personal e institucional a favor
de la vida, los cuidados y una genuina buena muerte
en compañía y esperanza.
Por tanto, convocamos a los
católicos españoles a una Jornada de ayuno y oración
el próximo miércoles 16 de diciembre, para pedir al
Señor que inspire leyes que respeten y promuevan el
cuidado de la vida humana. Invitamos a cuantas personas e instituciones quieran unirse a esta iniciativa.
Nos acogemos a Santa María, Madre de la Vida y Salud
de los enfermos y a la intercesión de San José, patrono
de la buena muerte en su año jubilar».
+ Jesús Sanz Montes, Arzobispo de Oviedo